Bueno...jeje, aquí os he preparado otro de los episodios de mi triste vida. El caso es que los vecinos son de lo que no hay, y mira que no son como los de Aquí No Hay Quien Viva o la Rosa Ruano de Los Protegidos, pero no se acercan ni nada...
El caso es que volvía a casa toda cabreada porque en el instituto me habían pasado un millón de cosas. Primero, el cerdo del novio de mi mejor amiga ha sido pillado in fraganti tonteando con otra tía de mi curso...claro, mi amiga estaba (y aún lo está) hecha polvo. Luego, para colmo, tuvimos un examen de mates que casi seguro he suspendido porque la he cagado en cuatro de las seis preguntas...
Bueno, eso aparte. El caso es que llegaba a casa, habiendo dejado a mi primo ya en el edificio de al lado (sí, sí. El de al lado. Yo también cogí un trauma cuando se mudó). Y empecé a subir las escaleras hasta el tercero, donde vivo, porque no me gusta coger el ascensor. Nada más subir los dos primeros peldaños, llegaron unos gemelitos de diez años, amigos de mi hermano, que se llaman Borja y Gonzalo, empezaron a darme la lata como unos locos acribillándome a preguntas sobre mi hermano, si tenía la pelota de fútbol, si estaba castigado o no y si podía llamarlo. Yo intenté no reventarme los sesos en su cara y respondí que estaría volviendo del colegio, y, con un ligero empujón, me hice paso entre los clónicos (¡en serio que lo son!) y me largué de allí.
Subí rápidamente a la primera planta, pero no pude esquivar el huracán que se me venía encima. El diablo tiene nombre, y se llama Paula Durero, mi vecina del primero. Es como la Rosa Ruano de mi edificio: cotilla, pesada, algo mala y tontorrona...no podía ser más curiosona, se quiere meter en todo lo que pase en el edificio. Mis vecinos y yo la llamamos "La Abeja Maya" porque siempre te zumba en los oídos como una abeja hasta que ¡PLAF! te pica con su jodido aguijón. Su hija, que se llama Paula también, la llamamos "La Abejita", por razones obvias.
Me empezó a saludar como quien no quiere la cosa, y luego fue a preguntar qué tal me va en el instituto, y a mis hermanos en el colegio, y a mis padres en el trabajo, y a "ese primito tan encantador que se pasa por aquí a menudo", a "tus amiguitas que parecen tan majas", los estudios, que si me he echado novio, que si voy a irme de vacaciones este año, el tiempo...joder con la Paula Durero, por poco no me caigo del aburrimiento. Y lo peor es que, hasta que no vino la del quinto para poder empezar a darle la tabarra a ella, no pude salir por patas huyendo de ella.
Cuando estaba fuera del radar de cotilleos de la Abeja Maya, subí como una loca al segundo, donde saludé de refilón a unos de mis vecinos y amigos cercanos, que se llaman Teresa, María, Miguel y Alberto. Cuando iban a empezar a hablar, yo crucé los dedos para que no lo hicieran. Lo único que quería en este vasto y ancho mundo era que me dejasen llegar a casa, sentarme en el sofá a ver el bodrio de Amar en Tiempos Revueltos con mi madre (que se ha enganchado a esa serie) e inflarme a palomitas, ni pensar en lo que me pueda pasar mañana en clase, con mi profe de mates o el gilipollas del novio de mi amiga Elena. Al final, resulta que se fueron en seguida, por lo que corrí que me las pelaba escaleras arriba una vez más.
Cuando a penas estaba llegando al tercero, ya cerca de la victoria, vi a mi vecina Ana de un par de años más que yo dándose el lote con su novio en el pasillo. Solamente unos pasitos más y llegaría a mi casa...¿por qué me lo tendrían que arruinar unos imbéciles morreándose? Decidí que la mejor táctica era quedarme mirando hasta que se diesen cuenta y se separasen o, al menos, se echasen a un lado, pero nada. Luego, fulminé con la mirada a la tía, aunque luego, con la cara cambiada, miré hacia el final del pasillo.
¡No podía creérmelo! Ahí estaban el padre de Ana, con el rostro desconfigurado, y el hermano de siete años, mirando a la hermana con la boca abierta y señalando. Por poco no me parto el culo, viéndolos ahí mirando, pasmados, y los otros dos tan panchos dándose el lote, hasta que al final viene el padre, pega un tirón (¡bien hecho, cortar por lo sano!), y le preguntó a la hija con las palabras literales que coño estaba haciendo con ese tío. Entonces Ana fue y le soltó que era el novio que la acompañaba a casa, y entre tanto pollo el padre mandó a la calle al novio, que se fue todo cortado, el niño pequeño David empezó a reírse en la cara de su hermana, y la tía mirando al suelo, toda roja, mientras su padre le echaba la bronca del siglo. Yo, sin poder evitar las carcajadas, entré en casa. Creo que hasta se me había pasado el cabreo con aquello.
¡Y es que en mi edificio no hay quien viva tranquilo!
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